viernes, 15 de agosto de 2008


La enfermedad y el dolor no dejan de ser un misterio que supera la comprensión del ser humano. Nuestra fragilidad es un límite con el que chocamos, queramos o no. Asumirla y vivirla con dignidad y esperanza es el gran reto que nos plantea esta película de Julian Schnabel. Leyó el libro y no dudó en convertir esas emociones y experiencias en imágenes impactantes. No cabe duda de que lo ha conseguido. Basta con los primeros minutos de la cinta para percibir que el director ha dotado de una fuerza visual inusual a la tremenda historia real, que maneja con maestría todos los resortes cinematográficos, que ha logrado una obra maestra. Se trata de un trabajo muy personal de quien ha sabido dirigir a un equipo espléndido: el guión de Ronald Harwood (“La lista de Schindler” y "Salvar al soldado Ryan") es preciso y equilibrado al no abusar del sentimentalismo dramático ni de los excesos a los que invitaba la obligada subjetividad del protagonista; el montaje de Juliette Welfing permite al espectador viajar de la cruda realidad presente a los dulces recuerdos del pasado, evadirse a un mundo de imaginación en el que sentir la libertad, o vivir la ficción de la novela sobre la venganza de una condesa de Montecristo que inicialmente se proponía escribir; y la fotografía del polaco Janusz Kaminski ("El pianista") sabe dar a cada una de esas realidades un tratamiento diferente y suscitar emociones en unos ambientes tan fríos como dolorosos.



De un modo muy original, nos narra la historia —real— de Jean-Dominique Bauby, frívolo y carismático redactor jefe de la revista francesa Elle, que en 1995 sufre una embolia masiva, por la que queda totalmente paralizado, sin poder moverse, comer, hablar ni respirar sin asistencia. Jean-Dominique es prisionero de su propio cuerpo, siendo sólo capaz de comunicarse con el exterior mediante el parpadeo de su ojo izquierdo. Gracias al apoyo de su esposa y sus hijos, y de los cuidados de varias enfermeras, fisioterapeutas y logopedas, Bauby recupera la alegría de vivir y despliega su imaginación y su memoria en un libro autobiográfico que va dictando a golpe de parpadeo. En él está basado este bello y sugerente largometraje.
Palma de Oro al mejor director en Cannes 2007 y Globo de Oro 2007 a mejor director y película en lengua no inglesa, La escafandra y la mariposa es un filme conmovedor y original, con el que alcanza su madurez creativa como cineasta el polifacético artista neoyorquino Julian Schnabel. Es una historia conmovedora, que huye del sentimentalismo fácil. Aborda con valentía temas como el sufrimiento, el deseo de morir y de vivir, la atención de los enfermos de este tipo, el sentido de la vida, la espiritualidad. Y sobre todo, es originalísima la realización, los planos subjetivos del enfermo, la decisión de no mostrarle hasta bien avanzado el metraje, las escenas oníricas en que entra en juego la imaginación, el buen uso de la voz en off. Se trata de un título que roza, si no alcanza, la absoluta perfección.
Además de una factura visual sobresaliente —entre realista y onírica—, un montaje muy vital y una antológica banda sonora, destaca el meritorio trabajo de todos los actores —que llenan de cercanía y humanidad a sus personajes—, especialmente la interpretación de Mathieu Almaric y Max von Sydow. Pero se trata sobre todo de un gran trabajo de director. El cineasta aporta mucho de su cosecha, pero a la vez sabe jugar con los símbolos originales imaginados por Bauby, como el de sentirse atrapado dentro de un claustrofóbico traje de buzo, o la capacidad de expresarse moviendo los párpados, como si del batir de las alas de una mariposa se tratara.



Cine de primer orden que sabe ser sutil y no subrayar las poéticas metáforas que hablan del sentido de superación personal en la adversidad o de esa libertad interior que encuentra en la parálisis y el aislamiento: afectividad, memoria e imaginación que dan humanidad a un cuerpo en estado vegetal y sentido al dolor y al sacrificio, que son a la vez escafandra y mariposa para hundirse y volar juntos, como dice una de las mujeres que le atienden (verdaderos “ángeles de compasión”, como ha declarado Schnabel); o esos glaciares que se han derrumbado como su vida, para en los planos finales reconstruirse en un “efecto moviola” mientras pasan los títulos de crédito; o esas imágenes del mar y de la playa solitaria, o del buzo hundiéndose con su pesado traje submarino...

Entre lo realista y lo onírico, entre lo lírico y lo trágico, nos deja una obra más profunda y equilibrada que las firmadas por Dalton Trumbo en “Johnny cogió su fusil” o Alejandro Amenábar en "Mar adentro" al tratar similares circunstancias. La suya es una valiente apuesta por la vida disminuida y los cuidados paliativos a partir del calvario del periodista francés, que se adentra con intimismo poético y sin tremendismo morboso en la enfermedad, y que sabe tratarlo con eficacia narrativa y visual.

Así, La escafandra y la mariposa se convierte en la antítesis de Mar adentro. Y no sólo porque la película de Schnabel tiene mucha más autenticidad dramática y calado moral que la de Amenábar. Sino, sobre todo, porque, frente al claustrofóbico y sensiblero individualismo de Mar adentro —fundamento de su tramposa apología de la eutanasia—, La escafandra y la mariposa presenta al enfermo como foco de solidaridad y propugna la apertura a los demás y a Dios —ejes de los cuidados paliativos— como el único camino para encontrar la felicidad, incluso en el dolor.

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